Hermenéutica Feminista
Jesús vino para mostrarnos el amor y la voluntad de Dios. Si hay algo normativo para los cristianos es lo que Jesús hizo y dijo. El no dijo mucho sobre las mujeres, pero hizo muchísimo. Jesús jamás trató a las mujeres como si fueran inferiores y jamás demandó que estuvieran sujetas a los varones, ni siquiera a sus esposos.
La práctica de Jesús, en éste como en otros aspectos, fue profundamente contracultural. Rompió todos los esquemas de la cultura de su época y lugar. Para tener una idea de en qué medida fue contracultural la práctica de Jesús, debemos conocer la situación de las mujeres judías de su época.
En la cultura judía del primer siglo la opresión de la mujer llegaba a límites increíbles. La mujer era una ciudadana de segunda clase, menos que una persona. Estaba confinada al espacio privado de la casa; el espacio público era dominio masculino. No se la podía saludar ni era lícito hablar con ella en público. Los rabinos recomendaban que ni siquiera el esposo conversara con ella si iban por la calle, porque hacerlo era para él una especie de deshonra. Ningún varón podía hablar personalmente con una mujer casada, sino que debía hacerlo por medio del esposo, es decir, hacerle la pregunta al esposo para que éste, a su vez, le preguntara a ella. En tal contexto, podemos imaginar el escándalo que debe haber sido que algunas mujeres acompañaran a Jesús y sus discípulos varones en sus viajes (Lc 8, 1-3), en especial Juana, una mujer casada y de clase alta ("mujer de Cusa, un administrador de Herodes", Lc 8, 3). Por eso fue también que, en otra ocasión, los discípulos "se sorprendían de que hablara con una mujer" (Jn 4, 27). Ni siquiera parecen haberse percatado de que se trataba de una samaritana, que fuera una mujer ya era suficiente escándalo.
En materia de religión las mujeres estaban notablemente marginadas. A pesar de lo que dice Dt 31, 12, se las mantenía apartadas en el Templo y en la sinagoga. Sólo podían entrar al patio interior del Templo, reservado a los varones judíos, cuando tenían que ofrecer un sacrificio. En todas las demás ocasiones debían quedarse en el atrio de las mujeres o en el de los gentiles. Pero si estaban menstruando, o dentro de los cuarenta días después de dar a luz un varón (ochenta días si habían dado a luz una niña), ni siquiera podían entrar en el patio de los gentiles. En la sinagoga estaban separadas de los varones por una reja o se sentaban en una tribuna, que incluso tenía su propia entrada.
Los rabinos fariseos decían que la mujer no fue creada a imagen de Dios, contradiciendo lo que dice explícitamente Gn 1, 26-28. El apóstol Pablo se adhiere a la opinión de los rabinos en 1 Co 11, 7. Jesús, sin embargo, había reprobado en líneas generales la tradición de los fariseos, cuando aún estaba en su forma oral (Mc 7, 1-13; Mt 15, 1-9). Es sorprendente que sus seguidores hayan quedado tan atados a la tradición rabínica, especialmente con respecto al tema de la mujer.
A las mujeres no se les permitía aprender las Escrituras (la Torá o ley de Moisés). Rabí Eliezer decía: "Es mejor quemar la Ley santa que entregarla a una mujer" y "Quien enseña a su hija la Torá, es como si le enseñara la fornicación", supuestamente porque haría mal uso de lo aprendido. Si un hombre quería profundizar en el estudio de la Torá, debía separarse de su esposa por un tiempo, porque ella era considerada incapaz de tales empresas y podría distraerlo. Luego de excluirlas de toda instrucción religiosa, los rabinos todavía acusaban a las mujeres de ser supersticiosas e ignorantes.
Sin embargo, Jesús rompió con todos estos esquemas al tener mujeres discípulas (Lc 8, 1-3; 24, 6-8), al discutir de las cosas de Dios con mujeres, a menudo en público: con Marta (Jn 11, 20-27), con la samaritana (Jn 4, 7-42) y con la cananea (Mt 15, 21-28). Las dos últimas fueron las primeras convertidas de sus respectivas naciones. La samaritana fue la primera evangelista de su pueblo y la cananea fue la única persona que le ganó una discusión a Jesús. Esta apertura de Jesús hacia las mujeres fue especialmente evidente cuando le permitió a María de Betania que se quedara aprendiendo teología a sus pies -en la clásica postura de los discípulos de los rabinos (ver Hch 22, 3: Pablo a los pies de Gamaliel)- en lugar de estar trabajando con su hermana Marta en la cocina. Este era el lugar apropiado para las mujeres, sobre todo si había invitados: las mujeres cocinaban y servían la mesa pero no comían con los varones. Para Jesús, sin embargo, el aprendizaje de las cosas de Dios estaba abierto por igual a varones y mujeres (Lc 10, 38-42).
El servicio fue el modelo de Jesús para el ministerio cristiano (Mc 9, 35; Mt 20, 25-28; 23, 8-11; Jn 13, 1-15), algo que las mujeres podían (y pueden( entender mejor que los varones. Si estas enseñanzas de Jesús se hubieran conservado, las iglesias no se habrían convertido en instituciones jerárquicas, y las mujeres no serían discriminadas dentro de ellas.
En sus enseñanzas Jesús cuidaba de dejar en claro que él veía a varones y mujeres como iguales. Las parábolas del grano de mostaza y de la levadura muestran a Dios como un hombre que siembra y como una mujer que amasa pan (Lc 13, 18-21). En otro par de parábolas, Dios está representado como un pastor que busca su oveja perdida y como un ama de casa que busca su moneda perdida (Lc 15, 4-10). Al hablar de su segunda venida, pone en paralelo a dos varones que trabajan en el campo con dos mujeres que muelen trigo (Mt 24, 40-41). Más sorprendente aun que estos paralelos es la valoración que en ellos se hace del trabajo de la mujer, poniéndolo a la par del trabajo del varón. Esto es verdaderamente contracultural, porque los trabajos propios de la mujer en la sociedad judía eran tan subvalorados como en la nuestra.
Tal vez lo más notable de todo lo que Jesús hizo con respecto a las mujeres sea haberlas constituido en las primeras testigos de su resurrección. En una sociedad en la que las mujeres no podían ser testigos, Jesús eligió a mujeres como testigos del acontecimiento fundante de la fe cristiana. El Resucitado les concedió tal honor (junto con la autoridad apostólica que ese honor implicaba) porque las mujeres siempre estuvieron a su lado durante su ministerio, su muerte, su entierro y su resurrección. A pesar de que la tradición judía consideraba a las mujeres como cobardes, estas discípulas nunca abandonaron a Jesús, ni lo negaron, ni se escondieron, como los discípulos varones. La Iglesia, sin embargo, prefirió basar su mensaje en el testimonio de varones. Así encontramos el credo de resurrección que circulaba a mediados del primer siglo (la tradición retomada por Pablo en 1 Co 15, 1-7), que omite a las mujeres como testigos de la resurrección. Pero la tradición que se conoce como de la tumba vacía, que presenta el testimonio de mujeres, apareció en los evangelios, escritos décadas después. Esa tradición era reconocida como verdadera por la iglesia, y no podía ser omitida en los evangelios.
Por Cristina Conti
Extracto de "Hermenéutica Feminista" (2000)
Publicado por http://www.servicioskoinonia.org
Por Casas de Oración y Reflexión de la Comunidad Dimensión de Fe, una Iglesia de todos y para todos... Of. Manuel Artigas 6989 - Capital Federal - República Argentina Tel. (011)39722935
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